Vulnerable
De correr los límites se trata.
Una idea me perturba y es que toso deba ser siempre así. Planear para frustrarse no planear y pagar el precio del eterno desconcierto; ponerse colorado cada vez que escucho una voz en el teléfono que está esperando que sea el poeta que no soy y sin embargo cuánto deseo tener la palabra justa. Pero de eso se trata, lo supongo: las palabras no pueden llenar todos los vacíos. Peor aún, algunos son de lo más necesarios. Como se da en la música también hacen falta esas pausas huecas. Pero no, no me acostumbro a no tener la palabra justa.
A menudo, digo mientras intento retomar el hilo que se me extravió, me muevo al tuntún entre la resignación de lo que ha sido ya ya no tiene remedio y lo que será y parece que está escrito de antemano. Cómo convencerse de que un par de manos casi perfectas, que han trabajado poco y adolecen de los callos que las harían más apropiadas a la masculinidad, dos pies que coronan allá abajo unas piernas varicosas y tan blancas, dos ojos que ven poco y no hay mucho para ver, una boca que dicen que dice cosas interesantes y una sesera que no deja de errar en universos que están alejados de éste. Alcanzará?
Podría culpar al éxito temprano. La precocidad no es una gran cosa y hay muchos ejemplos de eso por más que los napolitanos digan que il buon giorno se ve desde la mattina a mí no me convencen. Algo anda fallando en el alabado saber popular. Y dónde cuernos vive la Perseverancia? a quién le sobra? no me vendería un poquito, patrona? que esto que empecé no encuentro la manera de terminarlo, y loas por aquí palos por allá, que de tanto escuchar que soy un boludo ya me estoy convenciendo y que de tanto pensar tengo un cansancio que no lo cura el reposo por las noches y que...
De correr los límites se trata.
Empecé, me marqué prioridades, pautas, me repetí setecientas veces no hacer concesiones y acá estoy. Convencido de que hay un orden que subvertir pero mientras se me queman los fideos.
Tiempo de deshielos dice el diario. Se viene un temporal que por ahí se lleva lo que queda de nuestros palacetes arrumbrados.
Hay que subirse al tren antes de que sea demasiado tarde. Hay que borrar de la cabeza el arrepentimiento. Se dio lo mejor que había y sino hay que actuar como si así hubiera sido que no es hora de vulnerables.
Se trata de correr el límite de la vulnerabilidad para avanzar más de un paso por vez y sin caerse.