jueves, junio 17, 2004

no corregir

Aira dice por ahí que “de lo que se escribió un día hay que reinvindicarse al siguiente, no volviendo atrás a corregir (es inútil) sino avanzando, dándole sentido a lo que no lo tenía a fuerza de avanzar”. A menudo me visita esa sensación de provisoriedad en los textos que aquí voy dejando. Tal vez por esa constante ebullición que supone estar escribiendo un poco todos los días y ponerlo a consideración de un puñado de lectores, es que creo que esa caprichosa forma de albañilería se vale de ladrillos calientes, apenas salidos del horno, que es lo que precipita los derrumbes. La circunstancia de que sean pocos los que se aventuran a echar un ojo a los archivos, esa ostensible necesidad-deber de tener un texto nuevo que mostrar, hacen que sea más bien nada lo que el género blog dedique a corregirse. Más tentador resulta utilizar los ladrillos -devenidos escombros- en un nuevo chalecito que será el definitivo por unas pocas horas, las que demore en someterse a otros ojos, que detectaran la continuidad de un cielo pintado con brocha vacilante. Con gran parte de los weblogs que me interesan sucede eso: el ayer no vale nada; los (nos) mantiene a flote una cierta tensión (que a veces se pone los ropajes de convicción) del pronto advenimiento de algo que perdure.

lunes, junio 07, 2004

despedida

Leo que Cortazar es una lectura juvenil, que uno la encara con mucho deleite cuando es poco lo que ha leído y entonces se fascina por el surrealismo que encandila pero que con el tiempo el encanto se va apagando, como si chiflara altanera la bocina del tren de la madurez. Tal vez porque quiero para mí la certeza de lo inacabado, la rebeldía adolescente y la enjundia, es que he decidido, meditada o arrebatadamente (no lo sé), comprarme de nuevo Rayuela y entregarme de nuevo a esos orgasmos antes de suene la bocina y no pueda alargar la agonía, materia de todas las despedidas.