jueves, noviembre 04, 2004

about la filiación

Esperar. Detener las fluctuaciones, las evaporaciones y las precipitaciones hasta un equis punto, el indicado, aquel en que la disputa pueda trazarse en iguales términos. Hasta aquí todo ha sido una confrontación plagada de vaguedades que la catapultan a la mera vanidad y cualquier ejercicio de defensa no fue otra cosa que cercar las provincias nuestras con alambre de púa y boyero y todo para qué, o por qué. Me arriesgo a decir que siempre me ha quedado grande aquello de la galera y el bastón y que acaso del otro lado de la cerca la opinión respecto de las sutilezas de estilo sea más bien la perfecta negación del adornito cuando no lleva más que a la distracción de aquel detalle esencial que tanto costó decir. En fin. Podría resumir las cosas y decir que las rectas paralelas se cortan allá donde el diablo perdió el poncho pero de puro cabezón jamás me resignaré a aquello que han comprobado los geómetras y yo debiera aceptar sin rubor como si fuera un padrenuestro que tescapas al cielo pero a poco que desanudo la cuerda de mi pellejo me siento extraño al confesarme débil de propia debilidad y nobstante protegido por un manto que si no ha de ser santo merecería serlo en mi catálogo de fetiches, pero cómo decirlo si cualquier cosa que diga deste lado allá será leída como si fuera una confidencia maricona, un estudiado apartamiento de la norma que es a la vez un prácticamente abrazo de una fe que allí no se profesa. Ha de ser, me digo como consuelo, una forma de escudar la convicción del quebranto inminente eso en lo que descanso pero. Qué decir que ya no me haya dicho. Qué decir que haga centro en ese blanco móvil estampado para contradecirme. Como aquietar de una buena vez ese columpio que se me escapa cuando ya siento su respirar en la casi punta de mis dedos. De pronto es en mí la certeza de que despilfarro la poca de energía que me viene quedando en los meros manotazos de quien está próximo a ahogarse y en la asfixia que ya alcanza un grado vecino al acto lo inalcanzable se encapota y la tentación es lo risible pero a un tiempo es la sospecha de que de algo me escapo y no me atrevo a enfrentarlo, que lo preciso fuera apretar los dientes y cerrar las manos en puño y no, me tienta la palma abierta y extendida, como una bandera blanca, como la promesa que hago de no ser tan indócil, mejor hijo, al fin y al cabo. Aquí la plenitud, allí no tanto y se me hace cuento que todo siga como ha sido.