jueves, marzo 25, 2004

sordo eco

(para LPDT) Qué extraño es el destino del hombre en cuanto es su misión entregarse por completo a eso que llaman amor (una simplificación más, una metáfora), eso que es tan intangible y necesario como el aire, tan dueño de su destino como un ave, tan espantoso como un grillete que nos recuerda a cada hora que somos uno y estamos solos. Es extraño porque se puede materializar en esos objetos raros que coleccionamos. En mi caso puedo hablar de los sobres de azúcar que no han endulzado los cafés que he compartido con mujeres que ya no están, envoltorios de caramelos, boletos a lugares recónditos, un puñado de cartas, decenas de correos electrónicos conservados con el riguroso orden de las secretarias eficientes. Y eso porque soy pobre y no tengo el dinero para regalarme los perfumes de esas mujeres y entregarlos a su destino de contemplación olfativa, a esparcirlos por el aire simulando que la ausencia es momentánea, reproduciendo las huellas que alguna vez dejaron. Y eso que es pésima mi caligrafía y exiguos mis dotes de copista que sino redactaría las cartas que deseo, las que nunca me enviaron, las que pensaron y no se atrevieron. Sí, tengo para mí, que todo enamorado que se precie, o al menos siento que me pasa casi siempre, sabe lo que su amor piensa y no se anima a decir y disfruta ejerciendo la tortura mayéutica de empujarlo a que confiese la que ya sabemos de sobra pero que en su boca será mejor que el abracadabra, ábrete sésamo. Es extraño, lo repito, porque algunas veces ese amor sagrado que se multiplica en formas extrañas, que sólo visita en palabras la mente de los poetas (ay, si todo lo que se sueña se pudiese traducir a estos signos menesterosos), a veces cobra vida en esos seres indefensos y sabios de no saber nada, con montañas que aprender y apenas una página en blanco que olvidar, que tienen la infausta misión de continuarnos en la obra inconclusa, compartirnos, sucedernos pero antes empujarnos a ser mejores y por último enterrarnos, cumpliendo el amargo derrotero que nos ha tocado, sordo eco de la víscera y la memoria.

viernes, marzo 19, 2004

Para quién escribo yo

Hoy me lo pregunté de nuevo. Es de suponer que la culpa es de algunas ausencias notorias que a menudo se hacen más ostensibles. Cada día me falta alguien más y no es que se mueran. Simplemente se van haciendo a un costado en este camino que no sabe más que el recipiente de las bifurcaciones que nos depara el destino. Todos estos días he estado agobiado. Como siempre. Como nunca. La prisa, las aflicciones y el rebote de aquí para allá se hacen notar en mi cabeza enorme y hueca que no puede dejar de pensar. Hoy de nuevo y por primera vez me falta alguien. Y yo qué digo? Que escribo para mí. No me lo creo demasiado. No niego que después de cada descarga catártica sigo mi senda con una mochila algo más liviana por haber dicho algo, intrascendente las más de las veces, pero vital aunque me cueste expresarlo. Cuando era chico suponía que tenía mucho que decir, demasiado. No sabía bien qué era, puras intuiciones del cachorro que cree que el mundo está al alcance de la mano, que puede caber en la palma de la mano, que es asible, maleable, perfectible. El esfuerzo diario y algún año de experiencia me han indicado otra cosa. Escribo para saber que algo hice, que todo no ha sido vano. Y sin embargo cada vez que miro atrás esa sospecha me persigue como mi propia sombra, como mi propia lápida.

sábado, marzo 13, 2004

regatear

Quisiera no perpetuarme en la fatiga de trabajar para evitar pensar. Enfrascarme en labores rutinarias, impropias de un empleado calificado, ser cruel conmigo e invertir mi valioso tiempo en nimiedades. Pero, y es triste saberlo, la maquinaria del pensar termina por atormentarnos. Es así que uno, presa de la furia o el desencanto, de la pena cuando no de la ira, comienza a sentir las secuelas en su propio palacete, su cuerpo. Y son las primeras señales de a alerta a las que uno no responde, tan carne se nos ha hecho el convivir con las derrotas parciales. Los dolores se curan con amores, los dolores del alma, digo. No hay enfermería que atesore un botiquín con los implementos para mitigarlos. Pero la verdad es que el amor hoy escasea. Un pantallazo aquí, una colisión inesperada allá, una huida para mejores batallas y cuando te querés acordar silbando un tango y con las manos vacías. El dolor no se dosifica. Entonces qué sentido tienen los amores en cuotas. La vida se vive en cuotas me decís? Sí, pero no nos damos cuenta. Nos emperramos en vivir hoy. Qué nos puede importar que gastamos la cuota diaria, y encima no le hemos dado un fin honorable. El dolor aparece todo junto, por la puerta inesperada. Puede tomarte por sorpresa, en tu sillón, leyendo las necrológicas en el diario, o escribiendo poesías o fumando el último faso. Y no hay nadie más.