martes, abril 13, 2004

blog y trabajo

Ando extraño. Por segunda vez desde que tengo este espacio me han ofertado dedicarme a escribir un poco más seriamente mis misceláneas y eso me provoca un malestar parecido al desconcierto. Me gusta escribir pero odio los límites, no es lo mío cumplir horarios, ser responsable, políticamente correcto... Durante más de diez años no he hecho más que defraudar las crecientes expectativas que otra gente depositó en mí. Y sin embargo acá estoy. Ante el primer ofrecimiento dije que no. Se trataba de un trabajo como creativo publicitario free lance. Esta vez preferí aceptar. Supongo que una tarea más vinculada al periodismo tiene un poco más que ver conmigo. De algún modo esto importa para mí el animarme a superar mis propios límites. Lo tengo en claro porque hace varios años también que detesto cada una de las cosas que he hecho en los ámbitos laborales que he frecuentado. Con responsabilidades, personal, cuentas bancarias, bienes a cargo; sin responsabilidades, con los pies sobre el escritorio, cebando mates o buscando en internet algo interesante para leer. Hasta aquí ha sido todo exactamente lo mismo. Hoy escuché en la radio a un general de la Nación decir varias cosas lamentables. Es un lugar común argentino decir que de los cuarteles nunca ha salido ningún genio. Sin embargo, este bicho dijo algo interesante: la diferencia entre trabajo y profesión. No recuerdo con precisión que es lo que dijo y por eso no lo transcribo, pero me sentí cabalmente representado. Inconcientemente, sé que todos estos años anduve buscando una oportunidad de este tipo, pero la mala costumbre de auto-boicotear mis propios planes, me disparaban hasta una redacción de diario, escribiendo las noticias policiales. Triste, pero realista final. Estoy contento. Hay gente que no me conoce que sigue creyendo en mí y tantas veces yo fui el primero en dejar de creer en mí. Si esto se concreta, mi columna semanal será publicada en otro blog que armé hoy mismo. Eso fue fácil. Lo difícil fue estar varias horas sentado tratando de descubrir alguna intrascendencia (desde la óptica de los medios de comunicación), relacionada con mi querida patagonia, que la pintara con pincel desenfadado. Escribir como trabajo se me hace que es bastante feo. Hoy, un poco, lo sentí en mis propios huesos. La vocación se desliza, no puedo refutarlo, por carriles quizá poco amables, pero que al cabo de recorrerlos nos deparan una recompensa más valiosa que el mayor salario del mundo.

viernes, abril 02, 2004

Leo en la solapa de un libro que acabo de comprarme “Publicar primero, escribir después”. No sé bien que quiera decir eso, pero supongo intenta referir a que el escritor no es demasiado dueño de lo que tira y debe mandar todo a la consideración pública. No tengo demasiado claro ese tema y quizá por eso intento abordarlo. Si lo pienso desde estas anotaciones que ustedes leen probablemente yo me enrole entre los que oprimen el botón publish apenas tienen algo escrito. Es muy rara la ocasión en que garabateo en papel previo a sentarme ante la pantalla en blanco. La vez que lo hago es por tratando de evitar pensar demasiado en una idea, poniéndole fin a su vuelo con un escopetazo que la estampe, cualquiera sea la calidad de su ejecución escrita, en un papel también muerto. No me sobra el tiempo: debo atender a muchas obligaciones al mismo tiempo. Y a tal punto llega mi paranoia siento que no cumplo lealmente ninguna de ellas porque en casi todos los momentos en que me entrego a ellas mi cabeza dispara hacia terrenos literarios. Pienso en libros, en relatos que aun no he escrito y me persiguen. Me he descubierto intentando conciliar el sueño en plena cascada de párrafos, tachando y volviendo a pensar y decir en voz alta la manera más apropiada de describir un lugar o contar un episodio. En ocasiones me sentí enfermo por eso. Por no darle más lugar a esta vertiente que sólo parece destinada a que el mundo que me rodea se convenza de que soy mal empleado, alumno poco aplicado, amigo negligente, novio olvidadizo. Nada de eso. Es que me pongo a escribir y no me sale nada. Tantos sábados cuando la noche se hace reina me he sentado sin lograr anotar más que una frase que al otro día descarto por entender que se trató de un lugar común, una cursilería, un pasatiempo poco serio. Soy muy cruel con las cosas que hago. Odio verme en fotos, en videos, odio escucharme; detesto todo lo que pueda ser una reproducción mía. Con lo escrito me pasa lo mismo. Lo odio. Tardo en leerme pero inexorablemente caigo en la lectura tardía. Generalmente convoca mi atención algún comentario demasiado amable o alguna extrapolación que se da cuando el lector interpreta mucho más allá de lo que está escrito, dándole al texto una vida, una forma que yo nunca hubiera creído que pudiera salir de mí. Ahí releo. Y muchas veces me doy pena cuando veo que ese afán de leerme poco, hace que me corrija poco y los textos sean deficientes. El puñetazo no llega a destino; pero si la imagen deforme de la idea que alguna vez me visitó reside en esas palabras tiradas al aire como si fueran una mercancía poco valiosa, siento un inmenso placer. Escribir es un tormento. Cuesta mucho. Es una pasión dolorosa como casi todas. Pero cuando uno escribe, al menos cuando yo escribo, siento que se disparan a volar mis ángeles de la guarda y no habrá mejores correctores que ellos ni palomas que lleven con mayor solvencia el mensaje a su destino. Y yo no puedo actuar como corrector de mis textos. Soy un racionalista nato y lo odio. Prefiero quedarme con el rasgo sobrenatural que recién comentaba antes que ponerme la toga de profesor y tachar el sobrante, sustituir el calificativo ineficaz o rescribir un párrafo malparido. Cuando logre ponerme la toga y lo disfrute mejorará la calidad de esto que escribo. Pero dudo mucho de que eso suceda alguna vez.

jueves, abril 01, 2004

Así dice adiós un despechado

Querídisima Amparo: A pesar de que estés más preocupada de las tendencias de las modas y en llenar tu guardarropas -y eso no te califique como para juzgar la mediocridad ajena-, creo oportuno decirte que sos buena piba. No me importa que te falte mucha calle y pretendas que la vida sea como la cuentan esas tías solteronas que todos tenemos en la familia. A pesar de que las cosas livianas que te pasan -y esto me atrevo a asegurarlo-, ya sé no me digas, te pegaron o te están por pegar de nuevo y querés como sólo quieren las madres a ese cristiano que han metido en tu casa; a pesar de tener que haber soportado las enumeraciones de catálogo de ropa, los festejos de las sensaciones que provocas en un tipo cuando el deseo se le subleva por tus “roces” o el exiguo centimetraje de tus minifaldas; a pesar de que te olvides de que algún día te afane una sonrisa cuando estabas mal; a pesar de que tu mundo es chiquito y tu paraíso está lleno de pantalones 47th street; a pesar de tu insolencia, tu egocentrismo, ...; a pesar de lo poco que de sobra me has hecho saber de vos, sí, lo reconozco, soy un mediocre, y qué? Me pierdo minas como vos? Decime sino es para descorchar una botellita de Dom Perignon y brindar por las ricas burbujas que se mueren por tocar nuestra lengua. En fin, me da un poco de pena que puedas ponerte mal por un mediocre, y que por él se te hagan nudos en la garganta, y me da tristeza que si éste amenaza con no volver sólo pensés en que te vas a quedar sin nadie para charlar. Abrí los ojos, linda. Hay un mundo enorme que espera que nos lo comamos de un bocado. Yo quiero crecer un poco para entregarme con más suficiencia a ese cometido. Y vos? no me digas nada, tenés que preparar la cena... Adiós