ajedrez
Alguien dijo que los miedos del hombre crearon a los dioses y se me ocurrió pensar que en algún momento me debo un estudio sobre la evolución de estos dioses.
Decir dios también es ponerle un nombre a la injusticia, como quien dice estado, que acaso sea otro nombre que han tomado las antiguas deidades. Y mi necesidad de ganarme el sustento me ha convertido en un engranaje más de esa maquinaria perversa. En cierto modo soy un soldado que defienda una enseña inexistente o tan mutable en el tiempo que nadie sabe de ella. Soy soldado y mi trinchera es un escritorio al que cubro de papeles para parecer más activo y sin embargo sólo estoy ocultando de la vista del resto los pretextos que escribo.
Empiezo a garabatear en una hoja cualquiera y si me sospecho equivocado la sospecha hace un bollito con el papel que va de bruces contra el basurero y mientras sigo hurgando en mi mente las ideas que no me animo a escribir. Hoy pienso en un par de ensayos demasiado pretenciosos de los que no he escrito una sola línea pero que me acompañan donde voy. Así a quien pueda extrañar que un auto apenas me esquive en la avenida o que alguna dama confunda las intenciones de mi sonrisa si en mi cabeza se oyen los ecos de parrafadas enteras que de tan brillantes no se atreven a pasar al papel. Y vuelvo a sonreír cuando recuerdo que ese par de ideas son como eructos que tengo atragantados: cuando los saque de mí sentiré una liberación que irá a la par del asco de las gentes y será el tiempo el que se encargue de poner cada cosa en el lugar que le corresponda. Y quien repase la historia leerá en todo esto la frialdad de una partida de ajedrez sin llanto y sin absurdo.